Los Salones del Louvre dictaron las reglas del buen gusto artístico durante los siglos XVIII y XIX. Pero es a finales del XIX cuando, bajo ese buen gusto aparente, saldrán a la superficie aspectos oscuros: el morbo por los aspectos sexuales encarnados en el desnudo pretendidamente académico, la atracción por los temas sobrenaturales disfrazados de mitología e incluso algunos aspectos escabrosos, como las alusiones veladas al más allá en temas literarios como el «Infierno» de Dante. La exposición «El canto del cisne» nos revela algunos de estos aspectos ocultos en el pretendido buen gusto académico de los Salones de París.

No sería falso afirmar que el mundo del arte, tal y como lo conocemos hoy, tuvo su nacimiento en los Salones de París. Los Salones eran las exposiciones oficiales de la Academia de Bellas Artes francesa y se puede fechar su apertura en 1725 (aunque tienen antecedentes en exposiciones celebradas desde 1667). Será a partir de 1753 cuando los Salones tomen impulso y comiencen a celebrarse con carácter bianual. El hecho de que allí se expusieran todas las obras que la Academia juzgaba admisibles, determinó que se considerara arte académico aquel que respondía al gusto de esta institución.

Con la llegada de la segunda mitad del siglo XIX, en París empezaron a suceder hechos que se pondrían de manifiesto de forma implícita en las obras del Salón. La crisis de valores debida al descrédito de la Iglesia, el surgimiento de la teoría de la evolución de Darwin o el impacto de la obra de Marx, dibujaron un nuevo panorama en la capital del arte. Además, en París proliferaron nuevos credos religiosos como la teosofía de Mme. Blavatsky o las órdenes rosacruces, además de experimentar un auge la masonería y el espiritismo. Aunque el ámbito del arte imbuido de esoterismo quedara enmarcado fuera del Salón —en la década de 1890 Péladan organizaría los salones Rose+Croix, dedicados a este tipo de arte—, bien es verdad que algunos de los artistas vinculados con lo oculto exhibieron también en el Salón del Louvre, como vamos a explicar a continuación.

Un primer tema que podemos observar en la exposición es la crítica religiosa, la cual se pone de relieve en dos cuadros que tratan de la Inquisición. Desde Francia se potenciaba la «leyenda negra» que planeaba sobre nuestro país, pues no había pasado ni siquiera un siglo desde que se aboliera la Inquisición en España. Retratos de inquisidores como Torquemada o mártires semidesnudas en el potro de tortura fueron temas bien recibidos en el Salón. En la exposición tenemos dos ejemplos: el primero es Los hombres del Santo Oficio (1889) de Jean-Paul Laurens, artista que cultivó con éxito en sus obras los temas político y religioso en el Medievo. Laurens siempre había demostrado un marcado sesgo anticlerical, hecho que constata lo que venimos comentando sobre la crisis de valores de la segunda mitad del xix. En la década de 1880, el pintor dedicó varios lienzos a la Inquisición española, entre los que destaca uno de Torquemada. Sin embargo, el lienzo que se muestra en la exposición parece representar a tres monjes anónimos, miembros del Tribunal y vestidos de blanco. Otro ejemplo de esa crítica a la Inquisición nos lo muestra Gabriel Ferrier en Escena de la Inquisición en España del año 1879. Aquí observamos cómo una mujer —supuestamente una bruja— es prendida para llevarla ante el tribunal. Ferrier toma esta excusa para mostrar a una mujer semidesnuda y presa; es la doble moral de la Academia: por una parte apela al buen gusto, pero por otra, cualquier motivo histórico o mitológico vale como pretexto para mostrar a la mujer desnuda y sometida. Mientras esto sucedía en la Academia, París era un hervidero de intercambio de fotografías pornográficas entre prohombres.

Un lienzo muy significativo y que tiene mucho que ver con la crítica religiosa es La excomunión de Roberto II el Piadoso, del antes citado Jean-Paul Laurens. El cuadro retrata a un rey decaído ante su excomunión, aunque no se trata de un pasaje histórico, sino legendario. En la época se creía que el papa Gregorio V había excomulgado a este rey a comienzos del siglo xi por consumar un matrimonio prohibido. Habría repudiado a su esposa y se habría casado con una prima tercera, madre a su vez de un ahijado suyo. La realidad es que de ese matrimonio prohibido no nacieron hijos y el papado realmente no procedió a la excomunión.

Un tema que tiene un cierto tinte sobrenatural es el de Juana de Arco. Son muchísimas las representaciones de la Doncella de Orleans en el fin de siglo. La figura de Juana fue reclamada por la Iglesia, la cual dio valor a sus experiencias místicas, y también por los laicos, quienes vieron en ella a una de las salvadoras de la patria francesa. En la exposición tenemos un lienzo de Frank Craig de 1907 donde se representa a la doncella encabezando las tropas francesas contra los ingleses. El lienzo es de una técnica magistral y en él vemos como las tropas francesas acaudilladas por Juana se lanzan al ataque en una escena imponente.

Pero sin lugar a dudas el lienzo más escabroso e inquietante de la exposición es Augusto en la tumba de Alejandro de Eugéne Buland. Y es así porque el lienzo representa una momia, la de Alejandro Magno, que es extraída de la tumba para que la vea el emperador Augusto. El tema lo extrajo Buland de un texto de Suetonio del año 30 de nuestra era. Allí se relataba como Augusto, después de haber vencido a Cleopatra y Marco Antonio, decide ir a Alejandría a honrar la figura de otro gran conquistador: Alejandro Magno. Augusto pide que exhumen el cadáver de Alejandro para ponerle una corona de oro y cubrir su cuerpo de flores. Podemos decir que el tema de la momificación en la pintura de los Salones es escasísima, por no decir que esta es una muestra única. El episodio fue abordado con la intención de impactar, de cautivar al público y a los jueces para poder lograr el premio por tratar un tema tan novedoso. De lo que no cabe la menor duda es de que se trata de una temática de lo más lúgubre. El lienzo coincide con el creciente interés por la egiptología que se manifiesta en esta época.

El último de los lienzos que queremos destacar por su vertiente misteriosa es Dante y Virgilio de Bouguereau. Se trata de una obra de juventud fechada en 1850 y es una traslación de uno de los episodios del «Infierno» de la Divina Comedia de Dante. En su paseo por el Infierno, Dante y Virgilio llegan al octavo círculo donde se encuentran los mentirosos y falsarios; allí topan con dos condenados llamados Schicchi y Capocchio que se pelean brutalmente. Todo ello en una atmósfera oscura y violenta de tonos rojos y marrones. No cabe duda de que este lienzo enorme es capaz de transportarnos al mismísimo Infierno.

Bouguereau tiene varias piezas más expuestas en esta muestra, entre ellas El nacimiento de Venus o La Virgen de la Consolación, que atestiguan la gran calidad de este pintor dejado de lado por la historiografía del arte. Otros lienzos a destacar serían La expulsión del Paraíso de Franz von Stuck, el Jasón de Gustave Moreau, o el Alfarero romano de Alma-Tadema; todos ellos vinculados a la corriente simbolista, donde los lienzos van más allá de la pura contemplación estética y dejan traslucir un halo de espiritualidad.

Además de los cuadros aquí comentados, recomendamos la muestra en su conjunto, pues se trata de una exposición de piezas muy difíciles de ver y de un contexto histórico infrecuente en las exposiciones artísticas del xix. Damos desde aquí las gracias a la Fundación Mapfre de Madrid por presentar esta magnífica exposición.